Hace unas semanas
me encontré con un conocido, viejo militante de la causa independentista (no
hay tantos de estos, la mayoría se ha hecho independentista últimamente). Le
conté que acababa de empezar un blog sobre el tema soberanista aplicando la
Teoría Integral.
-Ah. Parece muy
interesante lo que me cuentas
-Lo estoy
escribiendo en castellano
-¿Y por qué lo
escribes en castellano? [él sabe que yo simpatizo con la causa soberanista y
colaboro con iniciativas culturales catalanistas]
-No tengo tanto
interés en convecer a los convencidos (del soberanismo) como en llegar a muchos
otros que no entienden o malinterpretan lo que está pasando
- ¡Tú escribiendo
en castellano!
-Pues claro. En
función de lo que me interesa uso la lengua que me convenga
Entonces me
replicó entre risas con sorna: “No, si al final nos independizaremos y nos vamos a encontrar con el mismo país
que teníamos antes”
Me pareció una
respuesta ingeniosa que tiene mucha miga. Refleja muy bien una sombra del soberanismo. Hay un
soberanismo Azul/Ámbar que rechaza lo
español. Tiene un fuerte componente romántico, de la ancestral Catalunya
incontaminada por la opresión española. Por supuesto, desde el lado unionista
se replica: “aunque no querais, aunque lo
negueis, sois españoles”. Con lo cual, este romanticismo soberanista
insiste con más vehemencia en asociar “lo peor” (corrupción, chanchullos,
incompetencia, prepotencia, autoritarismo y hasta fascismo) con “lo español”.
Hay que mantener la máxima distancia posible con semejante calamidad. Los
hashtag “marxem , mejor vecinos” refleja bien esta mentalidad, además con
twits que tienen bastante sentido del humor.
El mecanismo de proyección, esto es,
atribuir “al otro” algo propio que no puedo ver en mi porque me resulta
desagradable (la sombra), funciona
de manera muy inteligente. Cuando acuso “al otro” de algo, habitualmente la
inculpación tiene fundamento. Es fácil encontrar pruebas que sostengan la
acusación contra ese otro. Lo verdaderamente difícil es ver ese defecto
equivalente en uno mismo. Y cuanto menos lo veo en mi mismo, con más vehemencia
acuso a los otros.
A veces observo
una buena carga de romanticismo en el soberanismo: “nos separamos de España y así nos libraremos de todo lo malo que
padecemos en política por no disponer de Estado propio”. Por supuesto hay
muchas pruebas que avalan la tesis que el Estado español no sirve a los
intereses de Catalunya. Sin embargo parece que se esté repitiendo como un
espejo la vieja mitología del Estado-nación, que es donde se halla atrapado ese
unionismo incapaz de ofrecer al soberanismo una respuesta que no sea la amenza.
Repito la
perogullada de que vivimos en una sociedad global. Esto quiere decir que los
problemas políticos verdaderos son globales: cambio climático, migraciones
masivas, globalización económica, etc. Los estados-nacion de los últimos siglos
no sirven para dar una respuesta eficaz a esos problemas. Ni el Estado español,
ni el futuro Estado catalán. A solas no pueden, por eso se articulan las
unidades políticas supraestatales como la UE, la ONU, el FMI o la OMC. Las dos
últimas completamente antidemocráticas; sus decisiones afectan a millones de
personas pero no rinden cuentas.
Si el proceso
acaba tal como pretende el soberanismo, al final de la carrera nos
encontraremos que la Generalitat, como Estado, tendrá su ministerio de
exteriores, de hacienda y de defensa, de los que ahora carece. Seamos
“independientes” o no, los catalanes continuaremos sometidos al FMI y demás
entidades supraestatales. En el post anterior hablamos de la diferencia entre
nación y Estado. En la jerga integral, la primera pertenece a lo colectivo
interno y el segundo a lo colectivo externo. Se puede analizar objetivamente
que competencias debe tener el Estado y por donde cede soberanía (hacia arriba,
por ejemplo, con la moneda común).
Las pasiones que
levanta el proceso soberanista no vienen por esta cuestión objetiva del Estado,
de como se reestructran sus competencias, sinó por el tema de la Nación. Ahí
está la sombra colectiva que
enciende las pasiones ante la “rotura de
España” o la “independència i
llibertat” de Catalunya. En siglos anteriores conllevó masacres y guerras
civiles.
El debate sobre
el Estado, como se ha visto en el referendum escocés, se puede hacer con
bastante objetividad: poniendo las cifras sobre la mesa y discutiendo cual será
la mejor opción. El debate sobre la nación es un wicked problem que no tiene
solución desde la altura Azul/Ámbar mítico-pertenencia.
Las ilusiones de
que con un nuevo Estado nos vamos a librar del “mal” pueden dar fuerza emocional al proceso político –como la está
dando a sus oponentes, si observamos su agresividad contra los que “pretenden romper España”. Sin embargo
Catalunya es como es, con su variedad de gentes y de idiomas, con su cuota de
corruptos, con su impotencia –como cualquier otro país- para enfrentar a solas
los desafíos de la sociedad global. En otras palabras, después de la
“independencia” los problemas van a ser casi los mismos. Por eso me pareció que
la sorna de mi amigo con que “nos vamos a
encontrar con un país igual, después de independizarnos” era más acertada
de lo que él pensaba. Aún así, a pesar de ese esfuerzo tan descomunal para un
cambio tan pequeño, tal como se está llevando este proceso soberanista, pienso
que es un movimiento más evolutivo que el unionismo vigente, regresivo y
anclado en Azul/Ámbar.
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